Para situarse bien ante DIOS, no basta leer La Biblia; es necesario cumplir la ley de DIOS y, principalmente, estar alerta a las señales del ALTÍSIMO
Así habló INRI CRISTO:
“De más sublime de todos los artes, arriba aún del arte de la dialéctica, consiste en interpretar humilde y serenamente las señales del ALTÍSIMO, la voz del SEÑOR del destino, que se manifiesta, aunque fragmentada, en la boca de los demás, incluso de un transeúnte desconocido. He ahí por qué es necesario dejar registrado no sólo en beneficio de mis hijos contemporáneos, como también a los seres humanos de la posteridad, que para estar en armonía con DIOS, para conseguir andar dentro de la ley de DIOS y situarse bien delante del SEÑOR no basta leer e interpretar la Biblia; además de cumplir la ley del SEÑOR es necesario estar alerta a las señales que Él emite.
El SEÑOR, mi PADRE, Supremo CREADOR, único ser increado, único eterno, único ser digno de adoración y veneración, casi siempre actúa en el silencio; Él se mueve silenciosamente y emite Sus señales. ¿Por qué Él produce las señales? En la mayoría de las veces Él emite las señales sutiles para que sólo los hijos de él, sólo los que están bien atentos puedan entender y asimilar; sólo aquellos que se esfuerzan para comprender el conjunto armonioso de las leyes del SEÑOR merecen interpretar las señales. El SEÑOR me instruyó a estar siempre atento, pues a las veces hasta un mendigo podría transmitirme un mensaje.
El SEÑOR me mostró que el mundo se asemeja a una enorme floresta repleta de señales, y sólo el leñador, lo que entiende de florestas sabe descifrar. Durante mi larga caminata sobre la Tierra, en cada lugar adónde yo llegaba, el SEÑOR me mostraba una señal; y yo tenía que interpretar incontinenti esa señal para poder seguir adelante.
Cito algunos ejemplos: en la prisión de Asunción (Paraguay) encontré un ateo, perteneciente a la élite argentina; él estaba allá como prisionero y tenía que hacer la limpieza, lavar las letrinas, etc. pero él estaba allá para decirme que justo en aquel lugar gélido y sombrío descubrió DIOS. Muchas veces el SEÑOR me daba una señal para mostrar que mi tiempo en un lugar había si cumplido. En Tegucigalpa, capital de Honduras, inmediatamente que llegué al hotel abrí la ventana del cuarto y mi PADRE me mostró una ave linda, maravillosa, el Quetzal.
Quetzal
Entonces Él me dijo: “En esa ciudad nadie te dará crédito, nadie irá amarte, están todos comprometidos con la idolatría o con el ateísmo ideológico, por lo tanto no pierdas tiempo aquí; ve el Quetzal en tu soledad”. Y así el SEÑOR me facultó interpretar la señal del bello animalito. Posteriormente, fui a la televisión local para manifestarme y dar mi pronunciamiento. El entrevistador era judío e inmediatamente después de la entrevista dijo que no podría colocarla en el aire en la íntegra, antes sería necesario pasar por una especie de censura. He concedido la entrevista y partí de Tegucigalpa, pues percibí que allá mi único contacto fue con El Quetzal y con el entrevistador judío; el restante, a causa del fanatismo, no tenía interés en el pasaje del Hijo del Hombre. Cuando estuve en El Salvador, en llena guerra civil, tuve que oír un fanático comunista decir: “Pero Jesús también era comunista”. Encontré también un fariseo que gritaba en llena plaza pública en un megáfono: “¡Jesús viene! ¡Jesús viene!”, pero cuando él se deparó conmigo, perdió el control y pasó a decir: “¡Jesús ha venido! ¡Jesús ha venido!” En aquel momento, fui visto como soy, Cristo, por todos allí presentes. Ese fue uno de las incontables señales del SEÑOR para mostrarme que en la hora de la sangre y del dolor los seres humanos tienen más libertad de conciencia para mirar el Hijo del Hombre manifestarse. Entre un tiro y otro, entre los sonoros barullos de las armas, aquel pueblo podía dar atención al pasaje del Hijo del Hombre. Allá yo pude expresarme en la media sin censura y fui hospedado hasta por embajadores. Entonces mi PADRE dio mi misión allí por concluida. En Porto Viejo, capital de Rondônia (Brasil), un fariseo se aproximó y dijo: “Cristo cuando andaba en la Tierra tenía una vestimenta muy limpia y los discípulos que lavaban su túnica, y tú andas por ahí con esa túnica mugrienta. ¿Quién piensas que eres? ¿Piensas que eres Cristo? ¿Dónde están tus discípulos que podrían lavar tu túnica?” Ese fue la señal del SEÑOR para mostrar que mi tiempo allí estaba concluido. En Madrid, mientras yo hablaba al pueblo en la plaza pública, la policía llegó para detenerme. Me condujeron delante de la Guardia Nacional, y el general dijo: “En España, Cristo puede hablar dónde quiere”. Ese fue la señal del SEÑOR, mi misión allá estaba cumplida. Cuando fui expulso de Inglaterra, el SEÑOR usó mi expulsión como señal de que yo tenía que incinerar el pasaporte, pues no correspondía con mi identidad. Cuando fui acogido en Francia, obedecí a la orden del SEÑOR. Y así el SEÑOR me dio incontables señales para mostrar que mi tiempo en un lugar había si terminado.
Aún antes del ayuno en Santiago de Chile, cuando yo vivía como profeta de un DIOS desconocido y aún no tenía conciencia de mi identidad, el SEÑOR dejaba sus señales a través de personas que cruzaban mi camino, como una especie de preparación para el ayuno que se aproximaba. En Dourados (Mato Grosso do Sul – Brasil), encontré un hombre de 92 años que el SEÑOR usó para dejarme un mensaje. Me encontraba de paso, en la casa de la hija de él; mientras aguardaba en una butaca de la sala, de pronto él apareció. Sólo miró en mi dirección y dijo:
“Pareces un profeta”, a lo que le respondí:
“Soy profeta, ¿y quién eres tú?”
“Yo vivo aquí, esta casa es de mi hija.”
Continuamos conversando.
“¿Por qué ella nunca te presentó para mí?”
“Ella tiene vergüenza de presentarme a causa de mi edad, tengo 92 años.”
“Y como tú conseguiste alcanzar esta edad, ¿estando tan dispuesto?”
“En mi juventud fui tropero, caminaba por este Mato Grosso afora conduciendo el ganado hasta São Paulo. Pero en los últimos 50 años, tuve una única preocupación: no disgustar mi SEÑOR y mi DIOS.”
En aquel entonces yo era ateo, pero aquel mensaje llamó mi atención, se quedó en mi cabeza; aquel hombre estaba allí para transmitirme aquellas palabras.
A mediados de 1978, aún antes de recibir la orden de salir de Brasil, el SEÑOR dejó una señal muy fuerte para no permitir que yo cortara el cabello. Yo recorría de ciudad en ciudad siempre hablando al pueblo en las radios y televisiones. Debido a la mi condición pública y también porque aún estaba sujeto a la vanidad, orgullo, etc. no confiaba en cortar mi cabello en el interior; tenía que ser en la capital. Y así se fue posponiendo por fuerza de las circunstancias.
Cuando pasé por Bueno Jesús, en el interior de Rio Grande do Sul, pequeña ciudad pacata, mi cabello ya estaba más largo que de costumbre, pero no tuve ánimo de cortar. Yo decía a mis asesores que sólo cortaría cuando llegara Porto Alegre. Antes, sin embargo, ya estaba programada mi pasaje por Caxias do Sul, pues el dueño de la radio, un espírita, quiso patrocinar mi permanencia en la ciudad. Cuando ya estaba allá más de un mes hablando en la radio, una mujer muy educada, gerente de Recursos Humanos, Evanilde Lima, vino a mi encuentro debido a un problema sentimental. Por ella haber se hecho vegetariana, se hizo también amiga; cierta ocasión comenté con ella:
“Sabe, mi hija, cualquier día de esos tengo que ir Porto Alegre cortar mi cabello”.
Y entonces el SEÑOR manifestó uno de las señales cuando ella me dijo: “Pero el mejor peluquero de Rio Grande do Sul, que fue inclusive premiado en Bariloche, no está en Porto Alegre, él está aquí en Caxias do Sul, es el Alonson; varias personas de Porto Alegre vienen aquí cortar el cabello con él”.
Aquellas palabras me hicieron cambiar de idea, y le pregunté: “En ese caso, como yo haría para cortar mi cabello con él, ¿en un horario que evitara las personas curiosas?” Ella listamente respondió:
“Él es mi amigo y también es vegetariano, yo voy a combinar con él un horario después del expediente”.
Eso me conmovió, pues hacía un año que yo me hube hecho vegetariano y en aquel entonces quería que todos entrevieran la ventaja de hacerse vegetariano. Ella volvió diciendo que estaba marcado el compromiso para después de las seis horas, el peluquero estaría allá esperándome.
Ella misma me llevó hasta el salón, que se situaba en una galería frecuentada por la élite de Caxias do Sul. El Alonson estaba allá a la mi espera, en compañía de dos auxiliares. Entré, la Evanilde me presentó a él, e inmediatamente me acomodé en la silla para dar inicio al servicio. Pero en vez de cortar mi cabello, él comenzó a gravitar en torno a mí, parecía un pavo; menea de aquí, menea de allí, estira de acá, estira de allá, miraba de un lado y del otro, llegó a ser irritante. Hasta que finalmente él dijo en tono resoluto:
“No puedo cortar, ¡tu cabello nadie puede cortar mientras él no crecer el suficiente!”
He ahí que ese fue una señal del SEÑOR. A continuación él sentenció: “El cabello es la moldura del rostro y tu rostro tiene que tener la moldura adecuada”.
Yo estaba allí para pagarlo regiamente, no fui para pedirle un favor (de hecho, él podría cobrar además del normal por ser un compromiso con hora marcada). Pero él estaba inspirado por DIOS; cuando habló en aquel tono imperativo, con tanta vehemencia, sentí dentro de mí que debía resignarme. Entonces le pregunté:
“¿Cómo yo voy presentarme de tierno y corbata con el cabello largo? ¡No da correcto!” Él respondió:
“Eso ya es otra cuestión, este lado de la estética no es de mi cualificación; tal vez usted deba cambiar su vestimenta, su forma de vestirse. Este es un problema su”.
Más adelante, algo fantástico aconteció en relación a la mi vestimenta, más una señal del SEÑOR. Como mi cabello estaba en aquellas condiciones, mi PADRE me inspiró y mostró la solución: yo debería vestirme como un soldado, un soldado de la paz. En aquel entonces aún no sabía que era el SEÑOR quien me comandaba, sin embargo obedecía a las órdenes que de él emanaban.
Fui a Rio de Janeiro en la D’Alessander, era una tienda de marca donde compraba mis ropas. Expuse la situación al muchacho que siempre me atendía y le dijo que yo tendría que vestirme como un soldado. Él trajo un conjunto safari blanco, que hasta entonces yo ni siquiera conocía. Coloqué en mi cuerpo y, como se dice popularmente, se cayó como un guante. Lamenté haber sólo una única unidad disponible, aun así adquirid y comencé a usar. Fue un alivio, pues ya no me sentía más tan incómodo. Cuando llegué Curitiba, inmediatamente encomendé otros tres conjuntos y me he despojado de todos los tiernos. Pasé entonces a andar vestido sólo de conjunto safari blanco; estaba en el camino de la trascendencia que iría a culminar en el ayuno en 1979.
En la continuidad de mi peregrinación de ciudad en ciudad, de esta hecha ya de safari blanco y con el cabello más largo, aconteció algo increíble, más una señal del SEÑOR se manifestó. Como la iglesia romana decía que yo era hechicero, brujo etc. y la mayoría de los que venían consultarme eran católicos, aun siendo atuvo yo colgaba en la pared un crucifijo para que no se sintieran constreñido o amedrentados. Pero ese crucifijo en particular era muy antiguo y tenía una historia.
La mujer que me creó, Magdalena Theiss, por no gustar de estatuas, lo donó a la madre de un fotógrafo llamado Carlos Cardoso. Recibí orden del SEÑOR (aunque en aquel entonces aún no supiera que era Él quien siempre me daba orden imperativa en el interior de la cabeza) de cargar conmigo justo ese crucifijo que conocí desde niño.
Entonces requisé el crucifijo de Magdalena: “Aquel crucifijo que siempre estuvo aquí, ¿dónde está?” Ella respondió: “Yo di a la madre del Carlos Cardoso y ella lo llevó para Idirama”.
“Dice a ella que yo necesito de este crucifijo, ofrézcale 50 cruceros para que lo traiga de vuelta”. Así, todo lugar adónde yo llegaba, permanecía en un hotel y allá me organizaba; montaba una mesa, una silla en cada lado para recibir los consultantes, y siempre prójimo a la mesa fijaba el crucifijo.
Cuando llegué Santa Maria, en Rio Grande do Sul, al fijar el crucifijo en la pared, el muñeco se cayó de la cruz; lo arreglé e intenté fijar nuevamente, pero él se cayó de nuevo. De tan antiguo, la madera ya estaba deteriorada, y así es posible comprender por qué tenía que ser justo aquel. Intenté sucesivas veces arreglar el muñeco en la cruz, pero fue infructífero. Por fin, desistí de lo intento y dijo a la mía asesora, Laura Helena Bertolacci:
“Sabes de una cosa, Laura, ese crucifijo ya no quiere quedarse aquí. Lo coge y lleva hacia tu madre”. En la verdad yo no necesitaba de aquello, ni de nada; sólo procedía de aquella forma para que los católicos no se sintieran incómodas al venir a la mi presencia recoger la solución de sus problemas.
Hubo una sucesión de señales y acontecimientos que precedieron el ayuno como una especie de preparación del SEÑOR. Aún en Santa María, fui invitado por la TELE local para un debate con psicólogos, psiquiatras, sociólogos y un curita de lengua afilada; poco tiempo antes yo había participado de un debate en Porto Alegre, en la TELE Gaucha, que tuvo gran repercusión. Acepté porque a asesora que me acompañaba, Laura Helena Bertollaci, hube trabajado como productora en la TELE RBS, filiada de la Red Globo en Caxias. Comenzaron a anunciar el debate. En una de las tardes en que venían muchas personas que me consulte en el hotel, Laura venía hasta mi sala y me interrumpía durante la consulta repetidas veces, diciendo:
“Un padre está siempre conectando aquí, de nuevo y de nuevo. Él quiere mucho hablarle, ni que sea por un minuto”.
Yo le dijo con vehemencia: “No hablo con nadie antes del debate”.
No obstante, entre un consultante y otro, ella siempre volvía refiriéndose al asunto, hasta que me ganó en el cansancio. Cuando atendí a la llamada del curita, él dijo:
“Yo soy padre fulano de tal, hice doctorado en Teología en Roma…”, y citó todos sus patrimonios. “Yo quería hacerte sólo una preguntita: ¿en qué facultad tú estudiaste?”
Mi boca se abrió y yo simplemente le respondí, sin premeditar la respuesta: “¡Yo estudié en la misma facultad que Cristo estudió!”
Más que deprisa, él dijo: “Entonces, no va a haber debate”, e histéricamente batió el teléfono.
Él creía que, con los títulos de facultades, sería capaz de desmontarme en el aire. Pero cuando yo dijo – aún sin saber quién soy – que estudié en la facultad de Cristo, que fue la facultad del mundo, él meneó con los hilos, convenció uno por uno los católicos programados para participar y los hizo declinar de la invitación a fin de que ya no hubiera debate. El director llegó a decir que nunca más aceptaría aquel curita en la televisión. Después del acontecido, se quedó en el aire aquel misterio… cómo es que, siendo ateo, ¿yo iría a hablar una cosa de aquellas?
Y aun así, en la secuencia, aconteció una tercera señal del SEÑOR. Por cuenta de haber removido la estatua del local donde daba las consultas, ya no hube restado cualquier símbolo místico. Al llegar Santo Ângelo, vino que me consulte un hombre conocido como Oliveira, dueño de la Radio Sepé-Tiaraju. Él salió del recinto con los ojos arrejacados y, estupefactos, dijo ante los que aguardaban en el ante-sala:
“Como es posible, yo ya fui que me consulte en varios lugares, Umbanda, Centro Espírita, etc. todos tienen un símbolo místico, un vaso de agua, una cruz o lo que sea. Tú no tienes nada, tú no usas nada, ¡cómo es posible!” Paró por unos instantes y concluyó: “Porque tú eres el propio símbolo místico. ¡Tú eres El místico!”
Varios fueron las señales del SEÑOR que me prepararon desde la salida de Brasil hasta llegar al ayuno en Santiago de Chile. Porque yo estaba aplazando en cumplir la orden de salir de Brasil en la fecha establecida por el SEÑOR, día 1° de septiembre de 1978, el motor del vehículo Landau en lo cual yo transitaba se fundió cerca de São Paulo. Pero justo por haber acontecido esto fui obligado a ir hasta Dourados en búsqueda de recursos financieros, en la casa de la mujer cuyo genitor dejó aquel mensaje refiriéndose al SEÑOR. De regreso São Paulo, permanecí varias horas en la fila de embarque para coger un avión, pero debido a algunas trabas, fui obligado a recurrir al transporte terrestre. Yo ya estaba en el interior del autobús, el motor conectado; en el momento de partir, una persona que nunca conocí vino a las prisas e hizo un gesto. Yo abridle la ventana y ella me dijo:
“Yo vine aquí sólo para verte”. El autobús partió y yo nunca más a vi nuevamente.
Sin embargo, justo durante ese viaje conocí el hombre que vendría a hospedarme en La Paz, en Bolivia, Mario Rodrigo Serrano; él estaba en compañía de la esposa y de los hijos. Mario me abordó, diciendo:
“¿Eres tú un profeta? ¡Tanto que me gustaría conocer un profeta!”
Comenzamos a conversar y él me invitó a ser su huésped cuando estuviera en Bolivia.
Aproximadamente dos años antes, una mujer llamada Palmira vino a mi encuentro; yo le dijo, sin saber el motivo, que el primer lugar donde permanecería cuando saliera de Brasil sería La Paz, en Bolivia, pero todo espontáneo, sin explicación. A pesar de todos los impedimentos e imprevistos, el día 1° de septiembre de 1978 yo estaba en Bolivia, conforme la orden del SEÑOR. Él tiene sus misterios que ni siempre está a mi alcance explicar…
Aún en la víspera de ayunar en 1979, de entre otros incontables acontecimientos que me encaminaron y prepararon para el ayuno, fui invitado para una reunión en la casa de Filomena Delmont; allá estaban ella y otras ancianas. No tarda el hijo de ella llegó, arrinconó la camioneta y ella salió al encuentro de él; ni siquiera lo invitó para entrar. Le pregunté:
“¿Por qué no lo mandas entrar?”, a lo que ella respondió:
“Porque él es materialista, no entiende de los asuntos místicos. Ahí más una prueba para que tú veas que los hijos no son la mayor obra de un hombre”.
Aquel mensaje se quedó registrado en mi cerebro, después me quedé reflejando el significado de aquellas palabras. Cuando partí, a lo despedirme de ella en el patio de su casa, le dijo:
“Qué bonita esa tu huerta, llena de verde, ¡muy linda! Si yo pudiera iría hasta fotografiar para guardar de recuerdo un lugar tan bonito”. Entonces ella me miró y dijo:
“Si yo pudiera fotografiaría esos tus ojos. Pero como no puedo, guardo en mi retina la imagen del Cristo que estoy viendo”.
Esas personas que cruzaban mi camino veían que existía algo en mí, y sólo pude comprender todo definitivamente por ocasión del ayuno.
Los designios, las señales de DIOS Él muestra en los lugares más inesperados, más insólitos. Él usó un hombre para mostrarme que Jean era el mismo Juan, el único discípulo que hube permanecido prójimo a mí en el momento de la crucifixión. Durante toda mi infancia y parte de la adolescencia, conocí un hombre llamado Juan, que era lo oveja negra de la familia, y eso particularmente hacía con que llamara atención. Yo percibía que él era diferente, el rostro de él tenía un aspecto característico. Mientras los demasiados parientes trabajaban, él sólo disfrutaba la vida, lo que le rendía una mala reputación pues no cogía en el cabo de la azada. Décadas más tarde, cuando encontré Jean en Beauvais, en Francia, la primera vez que lo vi sentí que ya lo conocía e inmediatamente me vino el recuerdo remoto de aquel hombre, Juan. Entonces el SEÑOR usó esa señal para mostrarme que él era Juan de dos mil años atrás; después todo fue confirmándose. Cuando volví a Brasil, le mandé una carta diciendo que él era Juan y mientras él no viniera a asumir el lugar de él en el Reino de DIOS, el SEÑOR no permitiría que yo tuviera otros discípulos del sexo masculino, él tenía que ser el primero (una copia de esta carta se encuentra en los archivos de la SOUST).
En 1980, cuando estuve por primera vez en Brasilia, me hospedé en el Hotel das Américas. Durante la estancia, aconteció la cosa más fantástica y inusitada. Debido a la gran aglomeración de personas que afluían todos los días al hotel a la mía busca, el director me convocó para avisar que yo ya no podría permanecer allí; pero aquel mismo día, ya al anochecer, Juan Octavio de Linhares Cavalcante vino buscarme y yo le informé la situación. Él listamente dijo tener un amigo en Sobradinho que colocaría la casa a la mi disposición, Juan Ribeiro Paz (ambos son mis amigos hasta hoy).
Aún en la misma noche, en el restaurante del hotel, encontré el Efraím Tobalina, que vino a pedirme una bendición después de una larga conversación. Él manifestó el anhelo de recibir la bendición como hay dos mil años, se arrodilló y DIOS usó la mano de él para mostrar cómo yo procedía hace dos mil años; fue un momento muy fuerte, muy chocante. A medida que él meneaba con las manos, el SEÑOR me reavivó la memoria de cómo yo procedía antes de la crucifixión. El día siguiente fui transferido hacia Sobradinho, donde permanecí por varios días y las personas venían buscarme en búsqueda de bendiciones.
Y el último día, cuando yo estaba prestes a concluir mis actividades, apareció la Natanri Osório; ella había comprado un terreno y encima de él mandó construir un baño. El marido de ella hasta burlaba, pues no había razón para ella adquirir aquel terreno y, además de eso, mandar construir un baño. A los ojos terráqueos era simplemente absurdo. Pero justo allá en aquel terreno yo fui ayunar. Al lado de la barraca donde ayuné había un pie de cacto, era más una señal del SEÑOR. Entonces Él me reveló que cuando yo ayuné en el desierto hay dos mil años, no comía ni bebía, sin embargo chupaba el cacto para no agotar de inanición.
En la ocasión en que fui expulso de Inglaterra, también en 1980, se evidenció más una señal del ALTÍSIMO. A principio, al llegar la Dover con destino Londres, las autoridades inglesas allí presentes recibieron orden para expulsarme del país. Sin embargo, querían que sólo me colocara en el barco y dejarme seguir por cuenta propia. Sin embargo los intercepté, diciendo:
“Vosotros obedecen a vuestros superiores, yo sólo obedezco mi PADRE. Y mi PADRE me mandó ir Londres. Pero si vosotros tienen poder para impedirme de ir Londres y están expulsándome, entonces vosotros tienen que custodiarme hasta donde que crean debo ir”. Fue cuando ellos oficializaran la expulsión, custodiándome de barco a través del Canal de la Mancha, desde el puerto de Dover, en Inglaterra, hasta Os Calláis, en Francia. Allá llegando, las autoridades inglesas entregaron mi pasaporte y, por lo tanto, mi custodia a los franceses.
Así que los ingleses fueron aunque, los franceses buscaron alguien de entre ellos que hablara español para que pudieran comunicarse conmigo, pues hasta entonces yo sólo hablaba español y portugués. Me mandaron sentarse y el jefe abrió un cajón, quitando de su interior una foto del tamaño de una tarjeta postal. El policía que hablaba español me preguntó si yo ya conocía aquella foto, quitada en las cercanías del Mar Muerto. En ella había un árbol. Miré y confirmé no conocerla, nunca a vuelca antes.
De ahí me dijeron: “Pero mire mejor…”
En el tronco del árbol había una bifurcación, y bien allí en la bifurcación, mirando en detalle, pude ver que estaba rigurosamente diseñado mi rostro, como se fuera uno trabajo artístico. Y hubiste debido era una obra de arte de la madre naturaleza. Al percibir que identifiqué la imagen, el policial preguntó:
“¿Es usted?” a lo que le respondí:
“Sí”.
Entonces el policial dijo: “¡Bienvenido la Francia!” y me liberó la entrada en aquel país. Sentí que el policía me trató de forma familiar, como se fuera un pariente; en ese acontecimiento estaba más una señal de DIOS, para que yo me sintiera en casa durante la permanencia en territorio francés. De veras para mí adentrar Francia fue cómo volver al hogar. En que pesen los percances, la detención en 31/01/1981 cuando hablaba al pueblo en el Arco del Triunfo, en París, o cuando tuve que dormir una noche en la floresta de Rambouillet por no haber encontrado local más adecuado donde reclinar la cabeza, hasta hoy considero Francia mi segunda patria.
Y no se puede exigir explicación de las señales del SEÑOR; cualquier ser humano que exigir de DIOS explicación de las señales estará pecando. Hay que interpretarse las señales que Él manifiesta y esperar pacientemente hasta que Él revele y conceda cada uno el don de la comprensión, de acuerdo con el merecimiento y humildad.
Una vez, cuando niño, habiendo sido creado en un ambiente católico, estaba en la fila aguardando el momento de ingerir la hostia, y de pronto, por un furtivo momento, el SEÑOR me mostró una señal, yo me vi allá en la hostia y aquí al mismo tiempo, vi que yo era la personificación de la hostia, todo muy rápido. Pero Él me dio a saber de inmediato que no podía comentar aquello con nadie. Aún sin aún saber que era el SEÑOR quien me comandaba, quien me daba orden, yo obedecía y no cuestionaba las órdenes y las señales del SEÑOR.
Y así Él fue mostrándome las señales. En mi juventud, cuando aún no tenía conciencia de mi identidad, viví una experiencia chocante, increíble, en la cual el SEÑOR mostró más una señal. Estaba hospedado en el Hotel Florida, en Unión de la Victoria – PR, donde cumplía más una etapa de mi peregrinación. El día de ir aunque, pedí de vuelta las mías vistes que estaban en la tintorería. Pero la ropa no viña. La dueña del hotel fue atrás del tintorero, sin embargo él dijo que la ropa ya no estaba más allá, e inmediatamente percibieron que fuera robada. Entonces la mujer, siendo la responsable por el hotel, prometió que si yo volviera en el plazo de una semana y mías vistes no estuvieran allá, ella me indemnizaría.
Hecho el acuerdo, proseguí el viaje en dirección la ciudad de Rio Negro – PR. Me hospedé en el Nuevo Hotel, y a la noche fui al cine, acompañado de mi asesor Ventura Martins. Cuando volví, había un policial en la salida esperando para prenderme. Habían denunciado el robo de la ropa por el sistema policial de radio, y el policía Pedroso hubo por las buenas creer que yo era el ladrón de mi propia ropa, y no la víctima.
Mientras permanecí los siete días en la prisión, teniendo como única comida harina de maíz cruda con agua, pude percibir lo cuanto aquel policial era corrupto; él exploraba juegos, robaba, recolectaba dinero en los prostíbulos, sobornaba el delegado etc. Y el delegado, por su parte, hacía vistas gruesas, pues, según se decía en los pasillos de la prisión, ganaba más dinero a través del policía corrupto que del propio salario. Durante la semana, hasta para cubrir su condición de criminal, ese policial dio entrevista a la radio San José, de Rio Negro, convocando el pueblo a ver un facineroso que sería custodiado en el tren hasta Unión de la Victoria. Cuando llegó el momento de lo embarque en la estación de tren, estaba allá aquella multitud esperando para ver el delincuente peligroso. Prestes a embarcar, miré con piedad en dirección a aquel pueblo, vi que estaban todos engañados, envenenados por la locución del policial delincuente, y entonces el SEÑOR mostró una señal: por un furtivo momento Él me afloró la memoria y vislumbré la crucifixión, cuando todos decían: “¡Crucifica! ¡Crucifica!”; por un breve instante vi que la mirada de ellos para mí era la mirada de los que estaban en Jerusalén asistiéndome como si yo fuera un criminal. Y al mismo tiempo vino la orden de que yo no podía revelar a nadie aquello que hube acabado de vislumbrar.
A camino de Unión de la Victoria, en el vagón de tren, aún esposado, el policía que me custodiaba – que atendía por el apodo de Tucum – veía mi serenidad, mi seguridad, y me quedaba todo el tiempo justificándose, diciendo que sólo estaba custodiándome en cumplimiento a la obligación de policial. Llegando Unión de la Victoria, ya era madrugada. Fui recibido por un policial llamado Juan Farmacia, que me condujo nuevamente la una celda en la prisión.
Al amanecer el día escuché un barullo, la batida de las rejas, y había una voz de una mujer cerca. Era la dueña del hotel. Cuando llegó frente a la mi celda acompañada de los policías y del carcelero, ella me miró y dijo: “¡No! ¡Pero él es la víctima!”. Sólo entonces percibieron el equívoco y me liberaron.
Pero el motivo por lo cual mi PADRE me sometió a eso todo, permitió que yo pasara por esas pruebas, era estudiar profundamente sociología, adquirir conocimiento práctico de las relaciones entre los seres humanos, cómo funcionan los bastidores de la policía, de la baja criminalidad en el ámbito de la cárcel, a ejemplo de la prisión política de Asunción – Paraguay, donde permanecí durante siete días en 1978. Así, inspirado por mi PADRE, fui montando un rompecabezas, y sólo más tarde, cuando tuve la revelación en Santiago de Chile en 1979, es que pude comprender el significado de las señales del SEÑOR. Yo jamás osé cuestionarlo, tenía que esperar pacientemente nueva orden, nuevo aviso.
Imagina que estás cavando en una tierra árida y encuentras una pepita de oro aquí, otra allí. Sin embargo, mientras no encuentras el restante del oro, tú no puedes quedarse con odio de las pepitas que ya encontraste, ni tampoco de quienes las produjo. Cuando tú encuentras una pepita aquí y otra allá, ellas están allí señalizando que más adelante vas a encontrar un tesoro. Pero que se quieras disfrutar la magnitud del tesoro, tienes que cavar pacientemente más y más hasta que encuentres la mina del oro. Así es en el Reino de DIOS, y por eso existen tantos obstáculos, tantas dificultades para trillarse el camino del SEÑOR, aunque Él no obedece al calendario de los hombres y da homeopáticamente las instrucciones (“Sufre las tardas de DIOS, te conserva unido DIOS, y espera pacientemente, para que tengas ventaja en tu suerte final” – Eclesiástico c.2).
En París, cuando fui expulso de Inglaterra y aún peregrinaba solo sobre la Tierra, el SEÑOR mandó que yo destruyera por el fuego mi pasaporte y asumiera mi condición de apátrida, y más adelante Él intercedería para que las autoridades terrestres concedieran mis documentos con mi nuevo nombre correctamente escrito (cumpliendo lo que está previsto en Apocalipsis c.3 v.12). Pero no osé preguntar a Él cuando eso iría a acontecer, simplemente obedecí a la orden incontinenti. Los años pasaron y, en ese intervalo, fueron surgiendo las circunstancias. El procurador jurídico de la SOUST entró en el Poder Judicial de Santa Catarina, que negó el pedido en primera y segunda instancia.
A los ojos de los juzgadores precipitados parecía que yo estaba equivocado, podían suscitar dudas cuanto a la orden que el SEÑOR había dato en París. Sin embargo, era necesario seguir aquel camino, a través de lo cual adquirí conocimientos jurídicos valiosos y así, cuando llegó la hora, ya sabía en que terrenal estaba pisando. Pero primero era necesario recibir un “no” de Santa Catarina, de mis compatriotas, de mis conciudadanos, finalmente, de los que viven en la misma tierra donde renací, hasta para cumplirse y asimilar lo que está previsto en las Sagradas Escrituras, que no hay profeta sin honra la no ser en su patria y en su casa (Mateo c.13 v.57). Después de superar un proceso de falsedad ideológica que se arrastró en la Justicia Federal por 15 años, cuando finalmente el SEÑOR inspiró las autoridades a conceder oficialmente mis documentos con mi nuevo nombre escrito, en la hora de la decisión en instancia superior, el único voto contrario (voto vencido) fue justo lo del catarinense Dilmar Kessler.
Cierta ocasión yo estaba en la avenida Atlántica de Río de Janeiro – la SOUST aún florece en condiciones embrionarias, nuestros recursos eran restrictos – teníamos la Kombi como casa, donde yo vivía y hasta tomaba baño. Mandaba cerrar las cortinas y la Abeverê (mi primera discípula que me acompaña desde 1981 y va a completar 83 años) juntamente con la discípula conductora iban a recoger agua en la gasolinera. En una de esas ocasiones, el SEÑOR dijo para entrar en un motor-home – para quien desconoce, motor-home es un autobús transformado en casa, con alojamiento, cocina, baño, ducha etc. – y mostró que así yo viviría futuramente en tráfico, en un motor-home. En aquel entonces era inimaginable que un día el SEÑOR iría a inspirar sus hijos a que construyan un motor-home, pero los años se pasaron y los que confiaron vuelcan cumplirse la promesa del SEÑOR.
Allá en Curitiba, cuando yo vivía en la sede provisional de la SOUST sólo con Abeverê y más una discípula, el SEÑOR dio orden para construir la 3ª morada, que en el porvenir iría a servir de alojamiento para discípulos. A principio hasta los vecinos vinieron a hacer propuesta para alquilar, pues daba la impresión de que no habría quien viniera a habitarlo. Sin embargo yo siempre respondía: “No será alquilado, estoy construyendo este alojamiento para mis hijos del corazón que vendrán a habitarlo”. Los años pasaron y el SEÑOR envió los hijos que Él había designado para habitar aquel local.
El SEÑOR dio orden también para que fuera construida una plataforma, especie de azotea que servía de cobertura para el garaje de la sede provisional de la SOUST en Curitiba, de donde Él dijo que yo iría a ser visto y podría ejercer el control de las masas. Hubo una ocasión en que los idólatras hacían una procesión bien frente a la SOUST en el objetivo de afrentarme, y justo en el momento en que subí en la plataforma, decían: “Él está en medio de nosotros y nosotros lo despreciamos…” Sólo cuando se hicieron frente con mi aparición, al contemplar mi imagen, se dieron cuenta de la frase que pronunciaban en estribillo, y todos se quedaron paralizados, estupefactos, mirándome. Luego los troperos, que conducían el pueblo como se fuera ganado, dijeron: “Andando, andando, para frente, para frente…”. El curita coordinador de la procesión se quedó rubro, desconcertado al contemplar mi faz. Los discípulos que estaban conmigo testificaron ese momento. El SEÑOR dijo que de la plataforma yo sería visto por el pueblo, pero Él no dijo cuántas veces eso iría a acontecer. Para aquel momento Él mandó construir la plataforma, y cabe a mí interpretar las señales del SEÑOR, pero yo no puedo exigir que Él me muestre todo. A las veces es muy difícil para las personas que viven conmigo, discípulos o seguidores, escaparse del grave peligro de pecar y descender la ladera de la esquizofrenia, al querer interpretar al bel-placer las órdenes del SEÑOR. Hay que tenerse paciencia y humildad, pues en la hora correcta Él revela lo que considera relevante a los que permanecen fieles.
No se puede ser precipitado al punto de interpretar al bel-placer las órdenes del SEÑOR, pero tampoco se puede ser perentoriamente sectario, ateo, materialista. Lo que yo quiero destacar es que obedezco únicamente el SEÑOR. Cuando fue escrito el estatuto de la SOUST, mandé registrar en el artículo 14, por orden del SEÑOR, que la sede definitiva sería centralizada en Brasilia. Podía hasta parecer una broma, pero ahora la sede está aquí en el centro de Brasil, en Brasilia (Nueva Jerusalén del Apocalipsis c.21), por orden del ALTÍSIMO. Si en la ocasión en que fue fundada la SOUST yo no hubiera obedecido la orden del SEÑOR, si no hubiera registrado eso en el estatuto, muchos tendrían hasta el derecho de pensar que vine aquí hacer una aventura. Ahora cuando alguien piensa o intenta insinuar que vinimos Brasilia porque no dio correcto en Curitiba, podemos exponer el estatuto y deshacer el equívoco. Cuando estuve por primera vez en Brasilia en 1980, hospedado en el Hotel de Américas, el SEÑOR mandó que yo fuera hasta la ventana. Yo abrí y cuando miré la ciudad, Él dijo: “Mira, la Nueva Jerusalén, después tú vendrás a vivir aquí…” Parecía un absurdo, yo estaba solo, sin discípulos, allí en aquel alojamiento del hotel. ¿Cómo sería posible? Pero yo confié en el SEÑOR. Todo que Él dijo para hacer yo hice; no soy irreverente, desobediente. No oso preguntar a Él: “¡Ah! ¿Por qué está tardando tanto?”, como hicieron en la ocasión en que construyeron el ternero de oro a causa de la tarda en el Monte Sinaí. Humildemente escucho las órdenes del SEÑOR y espero el cumplimiento de las promesas que Él me hace.
Cuando practiqué el Acto Libertario en Belén de Pará, el SEÑOR dijo: “A causa de este acto periodistas del mundo entero vendrán a ti, toda humanidad sabrá que tú estás en la Tierra”. Así Él me dio que pueda, fuerza y ánimo para practicar el acto. Sólo después que fui detenido Él me dio a saber que iría cumplirse todo sí, sólo que aún llevaría algún tiempo. Y como en el infinito el tiempo no cuenta, muchos terrícolas desaniman y se dispersan: “¿Cuándo será? Mañana, ¿después de mañana?” Para el SEÑOR el tiempo no cuenta; para Él no hace una fracción de segundo que fui crucificado. Estoy hablando todo eso para que los hijos del corazón que viven conmigo no pequen contra el SEÑOR interpretando equivocadamente las cosas que Él manda hacer. Si yo pudiera diría todo detalladamente, pero para eso tendría que interrogarlo, y yo no oso cuestionar el SEÑOR. No oso interrogar por qué Él no hizo eso o aquello, o por qué Él cambia mi ruta.
Hay más de veinte años Él me orientó a orar una plegaria que uso hasta hoy, esta oración en la cual, Invocándolo, digo: “Hace mudos, el PADRE santo, los que no deben hablar, sordos los que no deben oír, invidentes los que no deben ver y paraliza los que no deben moverse…” Fue en la ocasión en que mi procurador jurídico, Dr. Edson Centanini, dio entrada en el proceso para rectificación de mi nombre, en Indaial – SC. Era para hacer mudo el fiscal público que iba manifestarse contra, para enmudecer los contrarios. Y no sólo en esa ocasión, como también incontables otras veces todos esos años disfruté de esa oración. Pero no sé decir: “Por qué, SEÑOR, ¿esta oración?” Sólo tengo que, inspirado, interpretar.
Así podéis comprender por qué el Reino de DIOS no tiene apariencia, es un magnético Reino de señales, un Reino sutil en que sólo los más inteligentes, los más sensibles, los inspirados por Él conseguirán ir hasta el fin. Aquellos que sólo vienen a hacer una aventura, que piensan: “Va a ser mañana…”, acaban quedándose por la carretera como ya sucedió a algunos franceses y a muchos otros que vosotros conocen, no preciso ni citar nombres. Son los integrantes de la Parábola de la Película (libro DESPERTADOR 3ª parte). Fue por eso que yo dijo: “Aquel que perseverar hasta el fin, ese será salvo” (Mateo c.24 v.13). Aquellos que el SEÑOR escogió, que son los designados por el SEÑOR para el Reino de él, humildemente esperan el tiempo de las pruebas y tienen paciencia.
Hasta abomino cuando veo alguien decir que no tengo paciencia, que quiero todo para mañana, para ahora. Ora, ando con cuarenta años de vida pública, o sea, estoy esperando hace más de cuarenta años, de hecho, desde que nací espero el momento de cumplir las órdenes que Él da en el interior de mi cerebro. No soy obligado a tener paciencia permanentemente, así como tengo con mi PADRE, con los topos, los jumentos que cruzan mi camino. No soy obligado a tener paciencia y ser gentil para siempre con las personas irreverentes, que no saben comportarse delante del Hijo del Hombre.
Nunca os olvidéis del punto de referencia: además de cerrar el milenio, el año 2000 muchos esperaban la aparición, la vuelta de Cristo, sin embargo fue justamente el año en que las autoridades terrestres reconocieron oficialmente mi identidad y me devolvieron lo derecho a la nacionalidad después de largos años de espera. No fue el año 1999, ni 1998, ni antes de eso – de hecho, habría sido hasta mejor para mí. Pero sólo el año 2000 el SEÑOR inspiró los integrantes del Egregio Tribunal de Justicia a declarar que mi nombre es INRI CRISTO dentro de la oficialización terrenal. Ved, mis hijos, la promesa que Él hube hecho en París en 1980 sólo vino a concretizarse veinte años después.
De la misma forma, Él dijo también que a causa del Acto Libertario perpetrado en Belén de Pará en 1982, toda la humanidad sabrá que estoy aquí en la Tierra. Así podéis comprender por qué no digo: “SEÑOR, ¡pero ya hace veinte años!” ¡No! Yo no hablo esto; humildemente obedezco al SEÑOR y sigo adelante. Mi regocijo está en ver que Él hace justicia en la Tierra, en constatar que hasta aquí Él cumplió todo lo que me prometió, y tengo llena certeza que cumplirá todas las promesas que hizo en relación a su santo Reino de luz. Sin embargo, porque el SEÑOR es el SEÑOR del tiempo, en la condición de Regente del Reino de él, no soy esclavo de calendario. Además del más, está previsto en Apocalipsis c.1 v.14 que el día del SEÑOR el Hijo del Hombre tendrá las canas del color de la nieve.
Los hijos que viven conmigo y no consiguen comprender la forma sutil como el SEÑOR opera en el silencio traten de orar al ALTÍSIMO y pedirle humildemente el don de la asimilación. Para los que razonan racionalmente dentro de la lógica, sin fantasía y tienen el mínimo conocimiento de aritmética – no necesita ni ser matemática – comprenderán que todo lo que está en la Biblia escrito sobre los días del SEÑOR, los días de la vuelta del Hijo del Hombre prevista en Lucas c.17 v.25 la 35, del reconocimiento del Hijo del Hombre, del término de la reprobación del Hijo del Hombre, todo está cumpliéndose ahora. Basta conectar la televisión y ver en la pequeña pantalla: guerras, rumores de guerra, reino contra reino, nación contra nación, tempestades, terremotos, inundaciones, pestilencias, hambres… y aún algunas cosas más que ni están escrituras en la Biblia están aconteciendo ahora.
Es peligroso, muy peligroso alguien llegar cerca de mí y juzgarme o juzgar mi PADRE. Muchos ya sucumbieron por eso, o se quedaron enfermos; ya vi un desfile de cadáveres en esa larga carretera. Las personas quieren interpretar al bel-placer las órdenes, las determinaciones del SEÑOR. Pero yo no canso de repetir siempre de nuevo: los misterios de DIOS son insondables. Sólo aquellos a quien Él considerar relevante, merecedores, Él descifra los misterios que conciernen al conjunto armonioso de la eterna ley divina.
Y a los que creen en el destino y en el SEÑOR del destino, quien comprender el significado de esta mágica palabra entenderá que, en mi vida toda, no moví una paja para esquivarme de lo que estaba previsto sobre mí, así como hay dos mil años. Mire lo cuánto tardo para descartar una persona que no es de aquí, cuanto esfuerzo y pragmatismo, el juego de cintura que soy obligado a hacer, inspirado por mi PADRE, para no cometer ninguna injusticia… ¡y después alguien viene a decir que no tengo paciencia!
Acuerda de aquella pepita que mencioné ahora hay poco, tú vas cavando, cavando y sólo encuentras raíces… no tarda tú encuentras una pepita de oro. Ahí tú dices: “¡Ah! ¿Por qué no encuentro inmediatamente todo el restante? Me muestra donde está el restante…” ¿Es así que tú vas a hablar con DIOS? No. Continúa cavando, cavando pacientemente, hasta encontrar la mina del tesoro. Es eso lo que he hecho mi vida toda. Siempre ojo para tras e insisto en mirar. Veo allá donde nací, la casa alquilada donde viví, donde viví en mi carne las vicisitudes inherentes a la restricción pecuniaria… me acuerdo de cuando teníamos que pagar el alquiler un mes, y en el otro mes el almacén. Acuerdo cuando ayudé la lavandera que me creó en la faena cotidiana, a la noche tenía que frotar el piso de la casa donde vivíamos para que el día siguiente amaneciera todo limpio y de esa continuidad al trabajo. No podía reclamar, sólo tenía que hacer, y no me arrepiento, pues considero que todo valió la pena.
Finalmente, mis hijos, el Reino de DIOS, diferente de los reinos terrestres, es un reino magnético, de sutilezas, señales y energías (“El Reino de DIOS no viene con pompa…” – Lucas c.17 v.20 y 21). En el afán de intuir, identificar esas señales, es menester que cada ser humano esté alerta y en armonía con la ley divina, haciéndose de esta forma receptivo a los mensajes celestiales. Que mi PADRE, SEÑOR y DIOS os inspire e ilumine, facultándoos el don de la comprensión y asimilación de mis palabras. Que la paz sea con todos”.
Brasilia, 26 de mayo de 2010.
Quién divulgar este mensaje será agraciado con bendiciones del cielo.