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La cábala es un instrumento que faculta descifrar los enigmas de las Sagradas Escrituras, para saber discernir en las fabulas, leyendas y parábolas, la esencia de la ley divina, igualmente, los misterios del Cosmos expresos en la naturaleza.
Así habló INRI CRISTO:
“Conforme narra el autor del libro El Poder de la Cábala, el conocimiento legitimo sobre la Cábala fue revelado hace cerca de dos mil años, a través de un conjunto de libros llamados Zohar. O sea, esto aconteció después de la crucifixión y también después que los judíos fueron expelidos de la Palestina, a camino de la diáspora. En el dolor, en el sufrimiento, ellos fueron humildes y finalmente buscaron comprender lo que yo decía. Hasta entonces, en su mayoría, los doctores de las sinagogas estaban fijados en la interpretación literal de las escrituras, sin invocar la anuencia de DIOS. El orgullo no les permitía pedir al ALTISIMO, al CREADOR Supremo, el Eterno, una visión más amplia de las leyes. Y yo, con la anuencia de ÉL, mi PADRE, SEÑOR y DIOS, interpretaba la ley cabalísticamente, de la forma más inspirada, ortodoxa y justa posible. Desde aquella época mi PADRE me concedía vislumbrar lo que está del otro lado de la cortina mística (o metafísica, como quieran) que separa el mundo físico de la realidad espiritual. Así, delante algunos pronunciamientos que manifesté, tales como: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan c.8 v.58); “Yo y el Padre uno somos (Juan c.10 v.30); ”El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan c.14 v.9); ”El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan c.8 v.7); “porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo c.12 v.8), de entre otros, los escribas y fariseos de aquella época, fanáticos, fijados en la interpretación literal de las escrituras, intentaron me apedrear, decían improperios, se soliviantaban y me odiaban, al contrario de buscar humildemente en el ALTISIMO la asimilación, la comprensión de por qué yo hacía tales declaraciones.
Por me acusaren de estar violando la ley mosaica, yo decía: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo c.5 v.17). Y justo para cumplir la ley, yo habría de ser crucificado en la condición de Redentor, a fin de rescatar los pecados de la humanidad, puesto que yo, Adán, Primogénito de DIOS, fui expulso del edén por haber desobedecido al PADRE. Iniciando la humanidad en el camino del pecado. En el comienzo los integrantes del sinedrio no entendieron eso, pues en la óptica de ellos, yo no satisfacía sus expectativas en relación a la venida del Mesías. En la realidad, aún no había llegado el tiempo. Primero era menester que yo rescatase el débito de la humanidad con la ley divina, ofreciendo mi cuerpo en holocausto. Solamente ahora, en la condición de juez en día con la ley, purificado, puedo cumplir la nueva etapa de mi misión aquí en la Tierra; la humanidad está siendo preparada para oír y asimilar las cosas que tengo para decir de la parte de mi PADRE: “¡Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar!” (Juan c.16 v.12).
Cuando los escribas y los fariseos me cuestionaran como debían proceder en relación a María Madalena, ya que la ley mosaica determinaba el apedreamiento en virtud del adulterio, ved que yo no dije: “Hagan lo que manda la ley”, o “Esta ley es injusta”. Y sí el PADRE me concedió una visión cabalística del ocurrido, e inspirara me a responder:’ El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella’ (Juan c.8 v. 7). Pronuncié esas palabras con autoridad de quien ya conviviera en medio de los hombres y sabía que todos ellos, sin excepción, estaban sujetos al pecado. Por este motivo, ninguno de los que me interrogaron tuvo coraje de proseguir con el intento. También me cuestionaran los fariseos “Moisés permitió dar carta de divorcio, y repudiarla… ¿Es lícito al marido repudiar a su mujer? A lo que respondí: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Marco c.10 v.9). Yo no fui contra la carta de divorcio, pues sé que quien fue unido por el amor, fue unido por DIOS, y en este caso inexiste posibilidad de separación. Solo DIOS puede separar aquellos que ÉL unió. Yo ya presencié hasta en el Reino de DIOS, personas que ÉL juntó y después separó por las razones de ÉL, que yo no oso cuestionar, porque el SEÑOR es eternamente infalible e inefable.
Cierta ocasión se levantó una querella, entre algunos fundamentalistas de la época y yo, en la cual ellos dijeron: “Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte. ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo? A lo que respondí: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi PADRE es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro DIOS. Pero vosotros no le conocéis; mas yo lo conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra. Abraham vuestro padre se gozó que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó. Entonces ellos dijeron: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Y yo consciente de ser el más antiguo, Padre de la humanidad, respondí: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan c.8 v.52 – 58). Ante tan contundente asertiva, ellos cogieron piedras para me lanzar, todavía, esquivara me de donde estaban (Juan c.8 v.59).
Nuevamente cuando yo dije: “Yo y el Padre uno somos” (Juan c.10 v.30) ellos se sulfuraron e intentaron apedrearme bajo la siguiente acusación: “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Juan c. 10 v.33). De nuevo, al hacer tal declaración, yo estaba interpretando la ley, la realidad del Cosmos, no estaba haciendo nada más de lo que decir que el CREADOR Supremo, mi PADRE es omnipresente. Asimismo, en las tinieblas de la ignorancia, ellos eran tan fanáticos y consideraban tan absurdo llamar el CREADOR Supremo de PADRE, que quedaron con odio de mí. Ellos percibieron que no tenían la misma intimidad que yo tenía con el PADRE, intimidad esta que nació y nace de la entrega. Yo me entregara y de esa entrega incondicional se estableció una simbiosis, una profunda conexión con ÉL. Pero de verdad os digo que cualquier uno puede hacer esto. Yo lo considero, lo siento, y lo veo encima de todo y de todos: de los placeres y conquistas terrenas, de las vanidades humanas y hasta mismo de la alimentación. Esto ocurrió porque yo LO vi, yo LO sentí, yo LO encontré y me concienticé de que, antes del mundo existir, el PADRE y yo ya éramos (“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” Juan c.17 v.5). Tengo conciencia de que soy el espíritu del espíritu del PADRE, y como enseño hasta hoy todos son, apenas soy el más antiguo, nadie es obligado a creer. Ningún ser viviente se mueve sobre la Tierra, sino, animado por el soplo divino, o sea, carece de la presencia espiritual del PADRE omnipresente. ÉL vivifica cada célula de vuestro cuerpo y cada partícula de vuestra sangre. Por eso siempre afirmo que, en la luz de mi PADRE, que es en mí, continúo amando todas las criaturas que se mueven sobre la Tierra. Pero, yo no digo y nunca dije que era DIOS, como prueba de esto, en la hora de la crucifixión, interpelé el SEÑOR diciendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo c.27 v.46) y en la secuencia: “PADRE, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas c. 23 v.46). Solo entonces volví a sentir el confort de la presencia de ÉL. Si yo fuese DIOS, como querían y quieren alegar mis detractores, ¿a quién estaría invocando en aquel momento? El SEÑOR no acepta llevar azotadas, escupidas en la faz. A pesar de ÉL estar siempre presente porque es omnipresente, en el periodo de los escarnios y de la agonía en la cruz no sentí su presencia de aquella manera sublime, vehemente e inconfundible como habitualmente sentía.
Los fariseos también me acusaron de permitir que mis discípulos cosechasen espigas en el sábado (Mateo c.12 v.2) de curar en el día de sábado (Mateo c.12 v.10)… Ora, como prueba de que ellos estaban equivocados, si yo conseguía curar en el día de sábado, significa que DIOS, mi PADRE, era quien estaba se manifestando en mí y concordaba; el fenómeno de la cura ocurría porque el PADRE era anuente, a final es ÉL quien hace las obras (Juan c.14 v.10). Al contrario, yo no tendría éxito. Mi secreto objetivo era mostrar que se debe guardar el sábado porque es saludable, para mejor usufructuar de las bendiciones del SEÑOR, y no meramente por una obediencia ciega a una ley. Por este motivo yo dije que hasta del sábado el Hijo del Hombre es Señor (Mateo c.12 v.8). Hasta hoy enseño que se debe guardar el día de sábado esto hace parte de la ley del ALTISIMO. Pero si, por una razón imperativa, alguien necesita realizar un trabajo en el sábado, sea para prestar un socorro, alguna tarea impostergable o hasta por motivo de sobrevivencia, no se constituye un delito a los ojos del SEÑOR. Si una persona toca a mi puerta para pedir una bendición, no voy recusarme, pues es justo en el sábado que la bendición del SEÑOR, mi PADRE, es más sobeja y es posible sentirla más vehementemente. Es el día en que voy al altar de la casa del SEÑOR pedir la bendición a los hijos que están ligados a mí y se comunican conmigo de corazón para corazón.
Muchas veces los fariseos intentaron me sorprender armando emboscadas, anhelaban flagrar alguna contradicción en lo que yo decía. Intentaron me acusar de estar contrariando el imperio interventor comandado por Cesar, al contrario de lo considerar usurpador de la Judea. Me mostraron una moneda de la cual se pagaba tributo, y entonces los indagué: “¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Dijeron: De César. Y les dije: Dad, pues, a César lo que es de César, y a DIOS lo que es de DIOS” (Mateo c.22 v. 21). Y así durante el periodo en que yo estaba cumpliendo mi misión hace dos mil años atrás, los sacerdotes, escribas y fariseos de aquella época estaban siempre buscando alguna manera de acusarme y colocar el pueblo judío contra mí, hasta que consiguieron finalmente obtener el veredicto de la crucifixión. En los días actuales no es diferente: los curitas, pastores, embaucadologos que se dicen teólogos, mercenarios de la fe, también no suportan ver que yo digo la verdad, que interpreto la ley del SEÑOR sin fanatismo; ellos me odian y calumnian debido a la ignorancia que los hace arrogantes, por no tener alcance de percibir las cosas que enseño, porque enseño de la parte del PADRE. Por eso quiero ahora dejar bien claro que después de la crucifixión, DIOS inspiró los rabinos, cuando ya estaban en la diáspora, para que finalmente comprendiesen que yo no estaba violando la ley, no estaba aboliendo la ley, y sí interpretando la ley inspirado por mi PADRE, el Supremo CREADOR, el ALTISIMO, el SEÑOR de la ley. Entonces este libro El Poder de la Cábala ahora viene en buena hora y lo recomiendo a mis amigos y seguidores, porque el autor, un judío, fue inspirado por el PADRE, SEÑOR y DIOS a escribirlo de la forma más nítida y ortodoxa posible.
Cuanto al hecho de los escribas y sacerdotes haber me incriminado hace dos mil años por no me aceptar como rey de los judíos, sucede que en la realidad yo reconocía que mi PADRE es el Rey de los reyes, rey de ellos y de todos los reyes terrestres. Yo apenas era y soy un expositor, o exponente de la ley de mi PADRE. Únicamente yo tenía autoridad para hablar con conocimiento de mi PADRE, porque ellos hablaban lo que leían en anacrónicos libros antiguos, o sea, hablaban aquello en que acreditaban. Aun, la creencia no es suficiente para conocer DIOS. Hay que tenerse la conciencia de DIOS. Reporto un pasaje, en la página 16, en la cual el autor dice que no se debe creer en nada de lo que se lee o se escucha “porque la propia idea de creencia implica en un residuo de duda. Saber, no obstante, no permite que reste ningún trazo de escepticismo. Significa certeza”. Hay otro pasaje, en la página 73 en la cual está citado que “quien acepta la Biblia literalmente es un idiota”. Por ahí identifico que el autor de este libro estaba inspirado por DIOS, pues siempre afirmo que la Biblia es un libro de letras muertas y solamente puede ser asimilada si leída, analizada y estudiada con la anuencia del ALTISIMO.
Aún, como el autor no es perfecto en su limitada condición humana, dejó trasparecer de la parte del maligno un único error que, al examinar, encontré: él afirma e induce los lectores a creer que DIOS tiene 72 nombres, siendo que DIOS siquiera nombre tiene y explicita esto al decir: “Yo soy el SEÑOR; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías c.42 v.8). El nombre de DIOS no es nombre, y sí la elevada condición de SEÑOR, esta es la única designación que ÉL acepta. ¿Y por qué no se puede dar nombre al SEÑOR? Porque quien da nombre es siempre el superior. Y el SEÑOR es el Supremo, el inefable CREADOR del Universo, único ser increado, único eterno, único ser digno de adoración y veneración; no hay nada ni nadie encima de ÉL. Entonces, el único momento en que el propio Satán consiguió interferir es cuando el autor intenta inducir los lectores a creer que, ante determinadas situaciones, se debe invocar uno de los 72 nombres de DIOS, visualizando aquellas letras del alfabeto judaico. Sucede que direccionar los ojos para una letra, para un ponto marcado, para una piedra, para una estatua o para cualquier objeto es una forma de idolatría, es ignorar DIOS. Siendo ÉL omnipresente, no debéis mirar para nada en el momento de invocarlo y sí, solo para el infinito, y con los ojos abiertos, a fin de conectar tus ojos, que son las ventanas del alma, con el cosmos. Es para allá que tenéis que mirar en el momento de orar, y entonces, allá de las alturas, el infinito despeja la energía, la luz sobre ti, Que ÉL, mi PADRE, SEÑOR y DIOS, os ilumine y os conceda el don de la comprensión. ¡Que la paz sea con todos, mis hijos!