17En la Biblia no hay referencias cuanto a la vida de Cristo de 13 a 30 años, con quien estuvo, donde estuvo. Para ser bautizado por Juan Bautista, purificarse en el ayuno y comenzar la vida pública asumiendo el nombre de Jesús, Cristo llevaba el nombre de Emanuel, cumpliéndose lo que había sido anunciado por Isaías (c.7 v.14): «Por lo tanto, el SEÑOR mismo os dará esta señal: * una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre será Emanuel. Comerá mantequilla y miel hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno.» No importa si él ha llenado ese vacío de tiempo peregrinando en Palestina, en la India, en África, en el Tíbet o en cualquier lugar donde ha estado. La realidad es que él, con el nombre de Emanuel, estuvo experimentando los pecados del mundo.
Emmanuel significa «Dios con nosotros». Es decir, aunque que inmerso en el lodo, en las inmundicias del mundo, mezclado con los pecadores, él, impulsado por DIOS, estaba asimilando que las mayores almas, mientras no dominan el vehículo celda (cuerpo) cedido por el PADRE Eterno y por la madre naturaleza, están a la merced de los mayores vicios, así como son capaces de las mayores virtudes. Pues para conocer la virtud es necesario conocer el pecado, vencer el pecado y vencer el mundo; sólo entonces se sabe el valor integral de la virtud («Habéis de tener aflicciones en el mundo, pero tenga confianza, yo he vencido al mundo – Juan c.16 v.33)
Ahora bien, si Cristo no hubiera estado, con el nombre de Emanuel, experimentando los pecados del mundo, si estuviera siempre blindado, intacto, puro, protegido, no tendría sentido en decir: “Estad de buen ánimo, yo he vencido al mundo«. Sólo puede decir «Yo he vencido al mundo«, quien estuvo a la merced de las tinieblas, vulnerable al poder profano que regula el mundo. Y he aquí la prueba irrefutable de que Cristo, inducido por el ALTÍSIMO, con el nombre de Emanuel, experimentó sí los pecados del mundo, las miserias, la debilidad de la carne. Cristo tuvo que experimentar el dulce y agrio, las cosas buenas y malas, hasta alcanzar el discernimiento. Se ha convertido puro, pero no ingenuo. Fue recubierto de conocimiento empírico, que faculta la percepción clara y objetiva de la realidad de la vida, haciéndolo apto de cumplir su misión en la Tierra. Eso le faculta la videncia para constatar que mismo las personas consideradas más inmundas, vulnerables, despreciables, reprobables a los ojos de la «casta, inmaculada», sociedad (véase María Magdalena – Juan c.8 v.1 a 9) pueden ser contempladas por el descubrimiento de DIOS.
Y es en este descubrimiento, al vislumbrar el Eterno, que todo cambia en la vida de un ser humano. Los fariseos jesuitas que se piensan cristianos pueden colidir, se escandalizar, se quedar horrorizados al imaginar que Cristo ha vivido en la carne los pecados del mundo, pero dudar de eso es dudar de las Escrituras, negar esto es negar la verdad de la vida, de la Biblia. Si los cristianos creen que Cristo fue el enviado de DIOS, cumpliendo la profecía de Isaías y otros profetas, pronto ellos son inducidos por la lógica coherencia a conformarse y reconocer esta profecía (Mateo c.1 v.22). INRI CRISTO dijo que aquellos que quizá dudan del obvio, ululante, están siguiendo un Cristo imaginario, folclórico, asumiendo el status de “evangeasnos”, cabalgadura del maligno, tendrán que soportar en sus troncos el peso de los falsos profetas sucesores de Pablo, el primer profeta falso, mentiroso confieso de la era cristiana («Si la verdad de DIOS, por la mi mentira, ha crecido para su gloria, ¿por qué soy yo tan juzgado como pecador?” – Romanos c.3 v.7).
DIOS no necesita, no requiere que alguien mienta para glorificarlo («Se quedarán fuera del Reino de DIOS los idólatras y todos los que aman y practican la mentira” – Apocalipsis c.22 v.15). Por eso conviene dejar esta cuestión bien clara, explícita, a fin de desaparecer las dudas, las lagunas que persisten hace siglos por lo que se refiere la vida y la venida del Mesías. La coherencia, la lógica y la verdad son indisociables. Los sensatos meditan y asimilan.
* Algunas versiones de la Biblia traducen el término original hebreo «almah» por «joven», otras a traducen por «virgen», así como la mantequilla ahora bien y citada como cuajada o la leche coagulada, para aludir al sabor amargo, contraponiéndose con la dulzura de la miel.