Así habló INRI CRISTO:

“Todos vosotros, mis hijos, sois espíritu. Yo que os hablo soy espíritu y hablo al espíritu que sois. El cuerpo que recibisteis de vuestro PADRE Celeste, compuesto de ingredientes oriundos de la madre naturaleza, es tan solamente un vehículo que usáis para vivir, transitar en la Tierra cuando reencarnáis. Unos reencarnan a fin de cumplir una misión dentro de los planos de DIOS, otros para evolucionar si ya están al camino de la transcendencia espiritual y aún hay los que vienen para expiar sus pecados, rescatar divida karmatica contraída en anteriores encarnaciones.

La muerte no existe; es el espíritu inmortal que vivifica el cuerpo físico. Todos vosotros desencarnáis y reencarnáis, nascéis y renacéis. El ciclo de la reencarnación es el más bello y perfecto mecanismo de la ley divina para la evolución y perfeccionamiento de los espíritus. La Tierra es una escuela dónde preparáis, purificáis vuestro espíritu hasta que un día se torne digno de reintegrarse al CREADOR, la alma grande de la cual emana vuestra alma, el gran espíritu del cual todos se originaron.

Vuestro cuerpo es un vehículo, pero al mismo tiempo es también una celda, una prisión carnal, la cárcel del espíritu. Esta celda de que os hablo, con el pasar de los años, va lentamente deteriorándose, feneciendo, se desvaneciendo hasta que el habitante pueda se libertar, se desvencijar. La excepción se hace años a los que desencarnan tempranamente por estar debiendo una vida como preconiza la ley del retorno, más conocida como ley del karma o ley del Talión, que sintetizada en dos palabras consiste en acción y reacción, o causa y efecto (‘Ojo por ojo, diente por diente… una vida por una vida’ – Éxodo c.21 v.23 e 24).

Cuándo reencarnáis, cada uno de vosotros, que sois espíritu, asume un cuerpo en formación. Con el pasar de los años, a la medida que os alimentáis de forma conveniente, él crece y adquiere integralmente su forma. En la juventud buscáis vivir intensamente, adquirís experiencia a través de vuestros errores y aciertos, camináis por tortuosas, fascinantes y a las veces completamente desconocidas veredas que la vida pone delante de ustedes. Pero es míster que guieis el rumo de vuestras vidas haciendo un buen uso del libre-albedrio y no meramente aceptéis que las circunstancias de la vida os impongan un curso a seguir. Vosotros sois los responsables por vuestros actos, palabras y pensamientos. Sois los conductores de vuestra celda; por lo tanto, dominad vuestros instintos e impulsos, usad de discernimiento y equilibrio en vuestras actitudes.

Mientras aún no habéis sufrido la acción del tiempo, permanecéis retenidos, presos a la Tierra, a los límites de vuestros cuerpos, a los compromisos terrenales, a los vínculos de la carne, a los apegos materiales. El carcelero de vuestro espíritu es vuestra mente, que insiste en mantenerlos cativos en el cuerpo físico, apegados a la vida terrenal, retrasando el deceso siempre con nuevos pretextos… La inevitable y avasalladora acción del tiempo os tornará madurecidos, adultos, experimentados, y por fin, el cuerpo que pensáis os pertenecer se tornará cansado, avejentado, inapto a continuar se moviendo. Lentamente la celda se desvanecerá para que posáis regresar a vuestro origen junto al PADRE.

Sin embargo, no os es facultado destruir o romper sus rejas. Tendréis que respetar el curso de la naturaleza, esperar pacientemente que el tiempo, mismo en su aparente lentitud, la corroa, la desvanezca, la desgaste. El deceso, que llamáis muerte, es el momento en que os libráis de la prisión carnal para uniros al PADRE CELESTE.  Los bienaventurados que se esfuerzan por vivir dentro de la ley de DIOS durante la existencia terrena reciben los habeas corpus del Santo Tribunal Celestial y duermen serenamente el sueño de los justos, en un deceso indoloro. El cuerpo físico se reintegra a la madre Tierra (‘Tu eres polvo, del polvo fuiste tomado e al polvo volverás – Génesis c.3 v.19) e el espíritu regresa al seno del CREADOR Supremo.

Y no os entristecíais al observar el tiempo comenzando a producir sus inevitables marcas. Contemplad la vejez con serenidad, pues el mecanismo de ley divina es tan perfecto que, la medida que el tiempo pasa, la jovialidad, el vigor de la juventud van sustituyéndose por la sabiduría de la ancianidad. Muchos se entristecen al observar el aparecimiento de las primeras arrugas en el rostro, recurren a las cirugías plásticas en intuito de recomponer las formas de la juventud. Intentar amenizar los efectos del tiempo no es pecado. Si así es su voluntad, que así lo hagan, pues la medicina vino del ALTÍSIMO (‘Toda medicina viene de DIOS’ – Eclesiástico c.38). En tanto que no dañan el cuerpo, no estarán pecando, pues pecado es todo que hicieres que hace mal a usted o a otro. Todo que hicieres que no hace mal a usted ni a los otros no es pecado.

La belleza es un regalo de DIOS, todavía al comprender que todo en la Tierra es pasajero, que el cuerpo es la celda, la cárcel de vuestro espíritu, al envés de lamentar el inevitable pasaje del tiempo, tendréis el regocijo de saber que prójimo está el momento de volver la unión perene con DIOS. Sin embargo, eso no significa que debéis olvidar el cuidado del cuerpo físico. Al contrario, trátelo con amor porque es el vehículo concedido por el PADRE Celeste a fin de evolucionar, como ya os he informado cuando proferí la Parábola del Vehículo Sagrado.

Vuestro cuerpo es el mayor bien, la mayor dadiva que podréis disfrutar en la Tierra. Y vuestro cuerpo es el instrumento de vuestra alma: a vosotros es concedido usarlo con discernimiento o irreflexión, haciendo bueno o malo uso del libre-albedrio.

Yo no soy de este mundo. Estoy acá solo de pasaje. Tan solamente permanezco en la Tierra cuando tengo que ejercer autoridad; al contrario, vivo en un sitio que vosotros desconocéis, dónde no existe tiempo, porque es eterno, ni límite de espacio, porque es infinito. Solamente por mucho amor os revelo esas cosas de la parte de mi PADRE a fin de que seáis libres de vuestros miedos, de vuestras angustias, de vuestra preocupación con la vejez y la muerte. Así tendréis seguridad, caminéis con pasos firmes sobre la Tierra.

Y por eso os digo, mis hijos: contemplad serenamente el rio de la vida que pasa incesante por vosotros, pues, así como él, vosotros también estáis apenas de pasaje.”

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